viernes, 3 de abril de 2020

Irreductible

Hace casi cuarenta años, me tocó vivir una situación parecida a la que estamos pasando ahora, sufría una enfermedad que por entonces se consideraba infecciosa y muy peligrosa para otros niños, lo que me llevó a pasar tres meses en una habitación, con escasas visitas, todas de adultos, y saliendo solo para ducharme después de que se hubieran asegurado de que ninguno de mis tres primos andaba cerca del trayecto entre mi cárcel y la bañera.

Había partes malas:

• Me encontré mal los primeros días, pero a partir de ahí mi estado era saludable, y aunque ya tenía edad para comprender lo que pasaba, era difícil de asimilar.
• Veía a mis tres primos y a mis tres vecinos jugar por allí el fin de semana ¡qué envidia me daba! Aunque luego los días que se iban al colegio les miraba desde la ventana hasta que les perdía de vista, en fin. Tenía el mismo sentimiento con las visitas, cuando sabía que abajo estaba alguno de los familiares o conocidos que me gustaban sufría mucho, eran los únicos momentos en que me venía abajo y lloraba, lo cotidiano sabía que volvía, ¡pero cada visita era irrecuperable!
• No tenía ni una televisión, mi madre había intentado no sin esfuerzo (hizo ese y otros muchos en aquella época) instalarme una que se había traído de nuestra anterior vivienda, pero no pudieron hacerla funcionar y no eran tiempos para comprar otra, dos en una casa, ¡un dispendio!
• Desayunaba, comía y cenaba en cama, evidentemente le cogí manía, me hacía sentir inútil, todavía hoy no me gusta, incluso disfruto desayunar en una cafetería, quizá por culpa de aquello.
• Casi todos los juguetes que tenía eran de exterior o colectivos, con lo que no servían de mucho.

Y también algunas buenas:

• La habitación tenía dos ventanas, y en diferentes fachadas de la casa, lo que me daba un campo de visión bastante amplio.
• Una vecina post-adolescente pasaba el día en la casa aprendiendo a coser con mi tía y no se marchaba ningún día sin subir a verme.
• Era primavera, con lo que no pasé frío, a pesar de que es la casa más fría en la que he estado en mi vida, la humedad en invierno nos calaba hasta los deseos, haciendo que la familia viera la tele apelotonada cual sacos de harina en la trastienda de una panadería; esos tres meses tuvieron un poco más de espacio, bueno, poco, teniendo en cuenta el poco que yo ocupaba, todavía ocupo.
• El espacio no era demasiado pequeño, con lo que tenía un par de metros cuadrados para proclamarme jefe de los montaraces del norte, simular que era el guitarrista de “What you´re proposing?” o incluso ayudar a construir un puente sobre el río Kwai.

Y la MEJOR DE TODAS:

• Leía, leía mucho, y aun así no tanto como me gustaría, tenía que racionar los libros, no había la abundancia de hoy en día, pero ¡como lo disfrutaba! Imagino que aquella etapa me convirtió en el aficionado a la lectura que soy, o me gusta pensar eso, seguro que hay otras razones como el clima gallego, alguna profesora e incluso herencia materna por la afición, pero seguro que ayudó o empujó.

Esta última razón es la que me ha llevado a escribir aquí, y no el confinamiento que estamos sufriendo todos por razones terribles e irremediables para algunos. La situación actual me ha recordado a aquella, claro, pero no en el mal sentido, con mi habitual tendencia a sentirme afortunado, valoro las cosas que tenemos ahora sin lamentarme de no haberlas disfrutado entonces: internet; televisión a la carta; una casa confortable por la que me puedo mover con total libertad sin estar confinado en una sola estancia; acceso ilimitado a libros; poder relacionarme con todas las personas con las que vivo, etc.
Todo ello porque aquella etapa quizá solo sea una de las razones de que sea un aficionado a la lectura, pero es desde luego la que me convirtió en un fan de Asterix, una compañera de mi madre me regaló un ejemplar, lo recuerdo perfectamente, “Asterix y el caldero”, me gustó tanto que a partir de ahí siempre pedía un “Asterix” como regalo para cumpleaños y navidad.



Lo tenía todo:

• Un jefe inútil pero al que todos menos su mujer obedecían, le había tocado ese papel como a cada uno el suyo, nos gusta identificarnos con eso aunque no sea verdad casi nunca.

• Un músico incomprendido.

• Celebraban cada éxito todos juntos.

• Un enemigo mucho más poderoso pero grotesco, todos lo son, lo definía perfectamente el imprudente Obelix cuando repetía “están locos estos romanos"(no Asterix cómo citan muchos que seguramente no lo han leído lo suficiente, cuando conoces a los personajes sabes que Asterix nunca diría algo así).

• ¡Se drogaban! Venga, todos sabemos a qué se refería el autor con la poción mágica.

Y las dos más importantes:

• Una amistad a prueba de bomba, cómo la del dibujante con Goscinny, siempre me he preguntado quién de los dos era Obelix (Quijote) y quien Asterix (Sancho), ya saben, “Os dous de sempre”, aunque también lo he sospechado desde el principio, creo de verdad que Gosciny era el que necesitaba la pócima.

• Y, sobre todo, ERAN VIAJEROS, siempre tenían que ir a algún sitio, pero a participar en algo, hasta su virtud era productiva, también me ha tocado un poco de eso.

Por todo esto, como de bien nacidos es ser agradecidos, uno de los valores que alguna gente parece haber olvidado sobre todo estos días y que creo hay que tener muy presente siempre: gracias Albert UDERZO, gracias por haber creado todos esos personajes, hizo usted muy feliz a mucha gente, uno de ellos un niño confinado en una habitación de una pequeña aldea mucho menos gala, y no sé si irreductible, no creo.

P.D.: Lo primero que hice al poder salir fue subir a un árbol, no sé lo que significa, y tampoco me importa.