lunes, 7 de agosto de 2023

El vagón.

Al principio pensaba que la manía de mi madre era viajar siempre en el mismo vagón, todos los días repetía el ritual de esperar en el lado de la estación por el que aparecían los trenes, miraba atentamente, y, después de lo que a mí me parecía contar, salía corriendo y tirando de mi mano para alcanzar su vagón preferido. Siguió haciéndolo incluso cuando su embarazo empezó a dificultarlo, el esfuerzo era considerable.

Me divertía, solía ir en el mismo vagón una niña más o menos de mi edad con la que jugaba un rato. Iba acompañada de su padre, un tipo de buen porte que la trataba con un cariño contagioso y poco habitual en los hombres de la época. Después de notar que el número de vagón variaba, descubrí que a mi madre lo que le gustaba era viajar en el mismo vagón que mi amiga de trayecto, pero no para que me lo pasara bien, descubrí en su mirada hacia aquel hombre algo que incluso me hizo sentir un poco de traición hacia mi padre: había respeto, admiración, incluso creí apreciar deseo, no quise pensar lo que significaba la suma de todo ello. 

La niña se llamaba Ana, y mis sospechas se confirmaron cuando mi madre insistió en poner el mismo nombre al fruto de aquel embarazo, no me molestó, ya no coincidíamos y no era más que un nombre bonito. 

Hecho mucho de menos a mi madre, se murió el año pasado, creo que feliz, abrazada por mi padre, al que nunca la vi mirarle del mismo modo que a aquel hombre, siempre supuse que la razón sería que era más habitual antes de que yo me fijara en esas cosas o quizá incluso de que existiera, además uno no suele observar a sus padres de ese modo, desconozco la razón. 

Mi hermana se ha hecho mayor y se casa muy pronto con un chico de su edad, se da la divertida casualidad de que nacieron con solo unos días de diferencia hace treinta años. Han pasado pocas semanas desde que vino con él, Tom, acompañados de su padre y su hermana mayor a que nos conociéramos todos.

A mi padre le hizo mucha ilusión, yo me quedé sin respiración cuando les vi llegar, no la reconocí a ella a pesar de que una vez que uno tiene referencia deduce fácilmente que se trata de la mujer guapísima resultado del crecimiento de aquella niña tan mona y alegre, pero su padre mantiene el mismo porte, tan solo hay en su cara un mapa de elegantes arrugas señal de dónde estuvieron las sonrisas y también pelo blanco y gris mezclado con lo que hace años era negro honestidad, el habitual libro en la mano despeja toda duda.

No me quedé sin respiración porque me incomodara verlos, ni siguiera por nostalgia, ese día decidí que nunca más dejaría de decir a las personas lo que siento por ellas siempre que sea positivo. 

Me llamo Tom.

PD: Nunca se lo contaré a ninguno de ellos, no conseguí tener un vínculo tan estrecho con mi madre cuando vivía, no sé si ha llegado a tiempo, pero me ha sido útil. El padre de Ana y Tom me saludó con un brillo especial en los ojos, mezcla de tristeza y reflexión, creo que él tampoco lo contará, ahora me doy cuenta de que desde que empezó a notársele el embarazo a mi madre, siempre viajábamos en el último vagón... al que nunca llegó a subirse del todo.