viernes, 18 de julio de 2014

El resplandor

“Cada cosa a su tiempo”, es una frase recurrente cuando uno intenta disfrutar algo en un momento inapropiado o fuera de temporada. No me molesta haber nacido demasiado tarde o demasiado pronto para disfrutar de ciertos artistas, cuando su talento agita mi espíritu recurro a cualquiera de los soportes en los que lo hayan dejado registrado y cuando mi prematura madurez me impide conectar con ellos me esfuerzo en tender puentes para buscar lugares comunes.
El 24 de julio de 2008 no se diferenciaba demasiado de cualquier otro 24 de julio en Galicia, relativamente buen tiempo (“frío no hace”, “parece que va a abrir”) y mucha gente a partir de media tarde conduciendo hacia Santiago dispuesta a presenciar el espectáculo pirotécnico que organizan todos los años y que suele estar acompañado de un concierto gratuito en alguna de las increíbles plazas de la ciudad. Uno de mis amigos musicales y yo hicimos la misma ruta… y pasamos de largo.
En Pontevedra celebran en esas fechas un festival anual de jazz que suele incluir algún músico más cercano al blues y ese año le tocaba a Johnny Winter, uno de los guitarristas que me abrieron las “puertas de la percepción” por virtuosismo, exuberancia y sobre todo por la interpretación que hizo de la música de raíz acercándola al rock and roll.
Dudamos bastante si asistir al concierto o no, sabíamos de su deterioro físico y teníamos miedo a que un impacto de realidad afectara a la admiración que teníamos hacía el a pesar de no haber podido disfrutar de su directo durante los mejores años de su carrera.
La casualidad quiso que llegáramos al lugar del concierto justo cuando subía al escenario y he de decir que ni llegó, ni vio, ni venció:
“No llegó”: Subió al escenario del brazo de un lazarillo que tuvo incluso que ayudarle a sentarse en la silla que llevaba ya años usando en sus conciertos, con lo que se podría decir que no llegó, "le llegaron".
“No vio”: Estaba completamente ciego de un ojo y apenas veía con el otro, con lo que dudo que supiera calcular la cantidad de gente que estaba escuchándole o incluso apreciar la belleza del entorno.
“No venció”: Tampoco, porque definir el concierto así es quedarse corto, creo que “convenció” sería un verbo más adecuado.
Una mezcla entre miedo y compasión nos invadió cuando le vimos salir al escenario, temiendo asistir a la decadencia de un ídolo y ya escuchando el eco del mencionado “cada cosa a su tiempo”, que reflexionado por uno mismo es una de las cosas que peor sabor de boca dejan. Nos duró aproximadamente cuatro segundos, el tiempo que su colaborador tardó en ponerle en el regazo su guitarra, a partir de ahí todos los presentes quedamos deslumbrados por lo que supongo que es en positivo lo que Stephen King define como “resplandor”. Fue algo así como cuando un niño enchufa el árbol de navidad en una habitación oscura, y la penumbra se convierte en lo que para el es la mejor fiesta del año.
El concierto fue increíble, en todos los aspectos, repertorio, ejecución, empatía entre los miembros de la banda y con el público, etc. Pero sobre todo fue legendario, estuvo a la altura de nuestro héroe de adolescencia sin necesidad de levantarse de la silla. Era increíble verle recorrer el mástil con maestría y buen gusto, ver salir todo ese talento y fuerza de una persona tan endeble físicamente. No creo que haya conseguido ser lo suficientemente descriptivo, fue un placer disfrutar el concierto y soy feliz al recordarlo, aunque le faltase algo para ser perfecto, M no quiso venir.