domingo, 12 de mayo de 2013

Cecebre

Richard Farnsworth y Malcom McDowell demostraron que una sola película puede justificar una filmografía. En este caso fueron dos:

Hei Malvís, ¿e tí por aquí? Pódete ver o cabo.
Non Fiz, xa non me pode ver nadie.
Non contaba contigo, non te vira desde hai meses e oira que tabas no caldeiro.
E taba.
¿e lojo...?¿que pasou? Non chegaches a roubarlle a nadie, sempre soupen que non era o teu.
Esqueces a pistola do señor D´Abondo.
Non creo que fora por eso, temoslle roubado de todo de rapaces e nunca denunciou a nadie.
E nono fixo, foi o cabo que pensou que así lle colocarían o sobriño na diputación, el dixo no xuicio que lle daba igual, que nin siquiera se dira conta de que lle faltaba.
¿e do caldeiro ó burato?
Eso foi unha pulmonía, xa sabes, alí, mal abrigado e mal mantido...
Nunca curaches ben ese catarro.
Ahora si.
Bueno, pois xa non irei solo a San Andrés de Teixido.

-Pido disculpas por haberme tomado esta libertad.

La otra fue Los Santos Inocentes, claro, pero merece capítulo aparte.

Las deudas.

Sigo convencido de que son una versión moderna de los westerns, de hecho para las primeras escenificaciones de esas situaciones se usaron actores que habían protagonizado más de uno, seguramente porque eran los que parecían capaces de transmitir ese peligro, o por lo menos así se lo habían hecho sentir a los realizadores del nuevo género. Me refiero a esas escenas en las que agentes del gobierno armados hasta los dientes, protegidos por las mejores armaduras, conectados a las más avanzadas tecnologías y preparados durante años en las mejores academias, se enfrentan en una habitación con un par de salidas a un solo psicópata que vestido de paciente de hospital y completamente desarmado parece más peligroso. Por supuesto también se plantean las mismas situaciones a la inversa, con ese agente rozando la ilegalidad en sus métodos y sin nada que perder, enfrentado a un grupo de sofisticados malhechores (como me gusta esa palabra). No hay demasiados actores capaces de hacer creíbles esas escenas, por lo que cuando lo consiguen yo no puedo evitar recordar a Will Munny, Tom Doniphon o Will Kane .


En positivo me he sentido ante un personaje así en más de una ocasión, comprendiendo inmediatamente eso que los artistas llaman enfrentarse a la audiencia. Salen al escenario, miran al público como buscando sus puntos débiles o como llegar al punto g de sus estímulos artísticos, pero trasmitiendo con su actitud que vencerán, que son los dueños de la situación. A veces hacen un gesto a medio camino entre “el que golpea primero golpea dos veces” y “estas son mis armas, rendíos no tendríais nada que hacer”, pero es que otras ni eso, simplemente salen, saludan (o no) y todos los presentes sabemos ya que estamos a su merced.

He disfrutado de estos artistas tras haberles conocido a través de varios medios, a los que intento de vez en cuando mostrar mi agradecimiento aquí, ya que de bien nacido es ser agradecido.

Luz Casal es uno de ellos. Por supuesto ya me gustaba en los ochenta cuando sus amigos eran caballeros de verdad y no esos cineastas cuyas películas parecen eternos desfiles de moda de la esposa del director de un periódico infame, por supuesto que había comprado discos suyos, pero no habría asistido nunca a un concierto suyo si no fuera por lo mucho que le gusta a M. He disfrutado de cuatro de sus conciertos (M a cinco) y nunca ha defraudado, aunque desde hace unos años se dedica a otra cosa. Las dos primeras veces apenas necesitó el espacio que proporciona una baldosa para todo el concierto, es más, estoy convencido de que sus pies estaban atornillados a un bloque de hormigón de varias toneladas situado debajo del escenario para protegernos a nosotros, pobres mortales, de una posible embestida de su energía. Es curioso que ahora que le han quitado casi por completo ese don, es cuando más se desplaza por el escenario, haciendo ondear esos grandes pañuelos que adornan sus movimientos. Otros pierden ese don, algunos incluso lo dejan escapar, con cierto desprecio dando más importancia al talento. A ella se lo han quitado, pero han sido necesarios dos golpes durísimos, ya que evidentemente para alguien como ella, uno no hubiera sido ni de lejos suficiente. Por eso y porque sigue cantando bien, creo que no dejaré (mos) nunca de ir a verla en directo cuando surja la oportunidad, por lo expuesto en el párrafo anterior y porque al tenerla enfrente de algún modo nos recordará que un día nos hizo sentir como enfrentados al mismísimo Pat Garret.

Ser agradecido no significa no pagar las deudas, gracias M.

RnR forever.